En aquel día, uno de los más calientes que hubiese existido en aquella ciudad rodeada por el desierto, una pareja de jóvenes había escapado de sus respectivos hogares, y llevados solamente por el desenfrenado amor que sentían habían reunido el suficiente dinero como para rentar una modesta casita en las orillas de la ciudad.
Era una colonia vieja pero pocas familias vivían en ella. La mayoría de los edificios permanecían abandonados, esperando como antaño que una mano infanta rayara sus paredes con un colorido crayón, o que el sentimiento hogareño de una madre plantara algo en el árido suelo que ahora eran sus patios.
La pareja había llegado por las horas de la mañana y sin embargo el calor ya era insoportable. Cada uno cargaba con una maleta que contenía algunos cambios de ropa y artículos esenciales para comenzar una nueva vida, además de una única colcha que les serviría de cama por el momento. El equipaje de ella lo cargaba él ya que (por desconocidas razones para la humanidad) las mujeres tienden a llenar el doble o hasta el triple de lo que un hombre necesita (algunas incluso más) y por lo tanto él cargaba el equipaje pesado mientras que ella caminó cómodamente con una abultada pero ligera mochila azul todo el viaje hasta allí.
Cruzaron el sencillo cerco de un metro de altura que se caía a pedazos y que no servía para nada más que indicar el limite entre el patio y la acera, y se refugiaron penosamente bajo el techo en "v" que cubría la entrada a la puerta principal. El joven urgó en su bolsillo, sacó las llaves que apenas ayer le habían entregado y abrió la puerta.
Un viento húmedo y fresco, como el que despide la tierra mojada después de un día de lluvia, pasó ligeramente por sus narices como si fuese el ultimo rezago de vida que quedara en aquel abandonado lugar (las paredes viejas y el piso de cemento suelen refugiar ese aroma y dejarlo vivir como el perfume particular de varios edificios); la curiosa corriente dio un par de vueltas flotando inocentemente, y como una polilla aturdida por el faro, arremetió directamente contra la primera luz que había penetrado en años en aquel aposento. Tan solo pasó la puerta, el brutal viento del verano le dio muerte de una manera tan fulminante que la pareja olvidó de inmediato la existencia de aquel bello aroma. Solo el polvo y los cadáveres de los insectos en las sombrías esquinas quedaron para darles una silenciosa bienvenida.
La casa estaba completamente vacía y aunque las ventanas selladas con aluminio la hacían un perfecto refugio contra la endemoniada luz de la cual habían estado huyendo, comenzaba a sentirse cómo el calor traspasaba las duras paredes y estas comenzaban a emanarlo como si tuviesen poros.
-Me daré un baño - dijo ella mientras dejaba la mochila en el suelo.
-Está bien, yo acomodaré el equipaje y abriré las ventanas para que entre el viento -contestó mientras se acomodaba la maleta y la colcha sobre el hombro, sudaba a montones y rogaba que lo que había dicho sirviera mas como un hechizo para convocar un poco de fresco a la casa que como el remedo de esperanza que sabía que era.
La muchacha entró al baño y abrió la regadera, se escuchó el silbar del aire que soplaba por esa tubería que no había sido usada en tanto tiempo y momentos después un ligero pero creciente chorro de agua comenzó a salir. Por suerte había un espejo incrustado a la pared sobre el lavamanos, abrió la llave y dejó que el agua caliente saliera y lavara la polvorienta superficie, contó unos segundos y el agua fresca comenzó a fluir. Juntó las manos formando un pequeño tazón y comenzó a lanzar liquido hacia el sucio cristal frente a ella. El agua fue arrastrando el polvo y dejó ver su imagen reflejada, cuando momentos después lo secó con un trapo se dio cuenta de que no eran gotas de agua, sino su propio sudor el que corría por su rostro de cristal. A lo largo del viaje había evitado pensar en el calor para así resistirlo de la mejor manera: ignorándolo, pero ahora viéndose así, fue como si su cuerpo le pidiera a gritos "¡Métete a la ducha! ¡Agua por favor!".
Se quitó la húmeda ropa que ya empezaba a despedir un olor desagradable "y eso que me puse mucho desodorante hoy" pensó -y se metió bajo la regadera.
Mientras tanto él se dio a la tarea de abrir ventanas y buscar algo con que limpiar la recámara: lo único que quería en ese momento era tirarse un rato y descansar la espalda, pero el piso estaba demasiado polvoriento para poner nada sobre él. Encontró una vieja y astillada escoba y sacó la mayoría del polvo, suficiente para poner la colcha en el centro de la habitación.
Se sentó y sintió como la tensión desaparecía de su cuerpo poco a poco. Lo único que había en la habitación era la cortina de tela que no dejaba pasar los rayos del sol más que como una neblinosa luz que rayaba entre el rojo y el anaranjado.
se quedó contemplando la extraña aurora que se formaba con esos colores mientras la habitación se calentaba poco a poco. El sol estaba cada vez mas alto y no necesitaba verlo para saber que estaba allí, su piel, su cabeza y la presión que ejercía el calor sobre sus ojos como una fuerza invisible se lo decían a cada minuto. Lo único que le quedaba era distraerse para que su mente no cayera también en esa infernal sensación.
- ¿Ya terminaste con las maletas? ¡Ven! No alcanzo a tallarme la espalda ¿Me ayudas?
La incitante invitación lo salvó del sopor que se lo había ido tragando lentamente, como lo haría un "spa" de arenas movedizas, y lo hizo levantarse. Él también necesitaba un baño, aunque con una imaginación como la suya ese pretexto era en lo ultimo que podía pensar. Se desnudó frente al lavamanos dejando su ropa junto a la de ella en el suelo, y observó la hermosa silueta de la joven a través de la puerta de plástico, como si con su mirada pudiese recortarla por el contorno. Sonrió. Le encantaba esa silueta, recordó que la primera vez que la vio fue a contra luz como en aquel momento, en su mente volvió a aparecer su sombra frente al sol y después, cuando sus ojos se acostumbraron a la luz, pudo verla bien y ella ya tenia enlazada su mirada con la de él.
Entró. Ambos se quedaron viendo el uno al otro, primero a los ojos, eso era por instinto para ver que el otro le observaba también, luego, sus miradas bajaron y contemplaron el cuerpo desnudo. Por un momento, no pudieron evitar sonreír y sonrojarse, por más que se conociesen de aquella manera el verse entre ellos en la intimidad no había pasado a ser algo común y corriente, y eso les gustaba.
Comenzaron a tallarse suavemente con las manos, limpiando de la piel del otro las impurezas que habían adquirido en el viaje hasta allí. Se sentían frescos, descansados, como si el agua que caía ahora sobre ellos los arrullase llevándolos por un camino que ambos conocían y deseaban. La suciedad caía con cada pequeña oleada que fluía por su piel espumosa por el jabón, y el cuerpo masajeado se estremecía ante la sensación de calidez y controlada ansiedad.
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Aquel día en que los cines terminaron como enormes y hediondos hornos debido a la mezcla de olores humanos habían descargado en sus salas, en que los bagabundos asaltaron y mataron a un niño por el pecado de no querer ofrecerles de su botella de agua, en que el despiadado astro se llevó sutilmente la vida de los infelices que, seducidos por el cansancio, cayeron en el sopor de un sueño del cual ya no pudieron despertar. Y en que los vivos y agradecidos pobladores salieron a bailar y festejar desafiantes su vacía victoria frente a los últimos rayos de un sol que jamas querrían ver de nuevo iluminar sus vidas...
...En ese día, una joven dormía plácidamente en el regazo de su amado. Él, quitaba delicadamente los largos y húmedos cabellos que cubrían el rostro de ella, para que el frescor del viento nocturno que comenzaba a soplar por la ventana pudiese llegar a su piel... Sus brazos la protegerían si éste ladrón invisible que se colaba por la ventana, amenazando con robar el polvo y las telarañas, llegase a perturbar también su encantador descanso. Y sabiendo esto, se dejó llevar también por el cansancio, no sin antes agradecer, ese pedazo de paraiso.