lunes, 27 de abril de 2009

Bendito Infierno

Parecía que el demonio en persona había salido a dar un paseo por las calles de la ciudad. Era verano, y nadie escapaba a los estragos de aquel calor devastador que había ido en aumento desde la salida del maldito astro.
La gente iba a refugiarse a las albercas publicas solo para descubrir que el agua, apestosa por la mezcla de orines y el sudor de la multitud que había pensado lo mismo, estaba casi tan caliente como el pavimento sobre el que sus pies desnudos bailaban para no fundirse. Los vagabundos se amontonaban bajo la sombra de los arboles en la plaza central, rogando por una pequeña brisa, un generoso viento que refrescara sus rostros quemados por el despiadado sol; mismo que, amenazante como una bestia salvaje, intentaba rasgar la copa de los arboles con sus garras de luz. La mayoría de las familias que buscaban en la televisión o la radio una distracción salvadora, terminaban dándole mayor prioridad al ventilador que a duras penas (como siendo también víctima del penoso clima), se tambaleaba de un lado al otro de la habitación. Ante cada piadoso soplo, tanto hijos como padres deseaban por un momento no tener pariente alguno para no compartir el aire seco que arrojaba el viejo aparato. Las tiendas y franquicias eran un caos en crecendo, como un mar tempestuoso creadopor la gente que llegaba a oleadas, más en busca del refugio que les brindaba el aire acondicionado, que de los productos que la gran mayoría apenas y se dignaban a observar.

En aquel día, uno de los más calientes que hubiese existido en aquella ciudad rodeada por el desierto, una pareja de jóvenes había escapado de sus respectivos hogares, y llevados solamente por el desenfrenado amor que sentían habían reunido el suficiente dinero como para rentar una modesta casita en las orillas de la ciudad.

Era una colonia vieja pero pocas familias vivían en ella. La mayoría de los edificios permanecían abandonados, esperando como antaño que una mano infanta rayara sus paredes con un colorido crayón, o que el sentimiento hogareño de una madre plantara algo en el árido suelo que ahora eran sus patios.
La pareja había llegado por las horas de la mañana y sin embargo el calor ya era insoportable. Cada uno cargaba con una maleta que contenía algunos cambios de ropa y artículos esenciales para comenzar una nueva vida, además de una única colcha que les serviría de cama por el momento. El equipaje de ella lo cargaba él ya que (por desconocidas razones para la humanidad) las mujeres tienden a llenar el doble o hasta el triple de lo que un hombre necesita (algunas incluso más) y por lo tanto él cargaba el equipaje pesado mientras que ella caminó cómodamente con una abultada pero ligera mochila azul todo el viaje hasta allí.

Cruzaron el sencillo cerco de un metro de altura que se caía a pedazos y que no servía para nada más que indicar el limite entre el patio y la acera, y se refugiaron penosamente bajo el techo en "v" que cubría la entrada a la puerta principal. El joven urgó en su bolsillo, sacó las llaves que apenas ayer le habían entregado y abrió la puerta.
Una pequeña sala, la diminuta cocina a su izquierda y un pasillo al frente que llevaba a la única recámara fué lo que la luz alcanzó a iluminar. Nada más, ni un mueble, ni una fotografía, ningún indicio de que se hubiera vivido allí antes.
Un viento húmedo y fresco, como el que despide la tierra mojada después de un día de lluvia, pasó ligeramente por sus narices como si fuese el ultimo rezago de vida que quedara en aquel abandonado lugar (las paredes viejas y el piso de cemento suelen refugiar ese aroma y dejarlo vivir como el perfume particular de varios edificios); la curiosa corriente dio un par de vueltas flotando inocentemente, y como una polilla aturdida por el faro, arremetió directamente contra la primera luz que había penetrado en años en aquel aposento. Tan solo pasó la puerta, el brutal viento del verano le dio muerte de una manera tan fulminante que la pareja olvidó de inmediato la existencia de aquel bello aroma. Solo el polvo y los cadáveres de los insectos en las sombrías esquinas quedaron para darles una silenciosa bienvenida.
La casa estaba completamente vacía y aunque las ventanas selladas con aluminio la hacían un perfecto refugio contra la endemoniada luz de la cual habían estado huyendo, comenzaba a sentirse cómo el calor traspasaba las duras paredes y estas comenzaban a emanarlo como si tuviesen poros.

-Me daré un baño - dijo ella mientras dejaba la mochila en el suelo.
-Está bien, yo acomodaré el equipaje y abriré las ventanas para que entre el viento -contestó mientras se acomodaba la maleta y la colcha sobre el hombro, sudaba a montones y rogaba que lo que había dicho sirviera mas como un hechizo para convocar un poco de fresco a la casa que como el remedo de esperanza que sabía que era.

La muchacha entró al baño y abrió la regadera, se escuchó el silbar del aire que soplaba por esa tubería que no había sido usada en tanto tiempo y momentos después un ligero pero creciente chorro de agua comenzó a salir. Por suerte había un espejo incrustado a la pared sobre el lavamanos, abrió la llave y dejó que el agua caliente saliera y lavara la polvorienta superficie, contó unos segundos y el agua fresca comenzó a fluir. Juntó las manos formando un pequeño tazón y comenzó a lanzar liquido hacia el sucio cristal frente a ella. El agua fue arrastrando el polvo y dejó ver su imagen reflejada, cuando momentos después lo secó con un trapo se dio cuenta de que no eran gotas de agua, sino su propio sudor el que corría por su rostro de cristal. A lo largo del viaje había evitado pensar en el calor para así resistirlo de la mejor manera: ignorándolo, pero ahora viéndose así, fue como si su cuerpo le pidiera a gritos "¡Métete a la ducha! ¡Agua por favor!".
Se quitó la húmeda ropa que ya empezaba a despedir un olor desagradable "y eso que me puse mucho desodorante hoy" pensó -y se metió bajo la regadera.

Mientras tanto él se dio a la tarea de abrir ventanas y buscar algo con que limpiar la recámara: lo único que quería en ese momento era tirarse un rato y descansar la espalda, pero el piso estaba demasiado polvoriento para poner nada sobre él. Encontró una vieja y astillada escoba y sacó la mayoría del polvo, suficiente para poner la colcha en el centro de la habitación.
Se sentó y sintió como la tensión desaparecía de su cuerpo poco a poco. Lo único que había en la habitación era la cortina de tela que no dejaba pasar los rayos del sol más que como una neblinosa luz que rayaba entre el rojo y el anaranjado.
se quedó contemplando la extraña aurora que se formaba con esos colores mientras la habitación se calentaba poco a poco. El sol estaba cada vez mas alto y no necesitaba verlo para saber que estaba allí, su piel, su cabeza y la presión que ejercía el calor sobre sus ojos como una fuerza invisible se lo decían a cada minuto. Lo único que le quedaba era distraerse para que su mente no cayera también en esa infernal sensación.

- ¿Ya terminaste con las maletas? ¡Ven! No alcanzo a tallarme la espalda ¿Me ayudas?

La incitante invitación lo salvó del sopor que se lo había ido tragando lentamente, como lo haría un "spa" de arenas movedizas, y lo hizo levantarse. Él también necesitaba un baño, aunque con una imaginación como la suya ese pretexto era en lo ultimo que podía pensar. Se desnudó frente al lavamanos dejando su ropa junto a la de ella en el suelo, y observó la hermosa silueta de la joven a través de la puerta de plástico, como si con su mirada pudiese recortarla por el contorno. Sonrió. Le encantaba esa silueta, recordó que la primera vez que la vio fue a contra luz como en aquel momento, en su mente volvió a aparecer su sombra frente al sol y después, cuando sus ojos se acostumbraron a la luz, pudo verla bien y ella ya tenia enlazada su mirada con la de él.

Entró. Ambos se quedaron viendo el uno al otro, primero a los ojos, eso era por instinto para ver que el otro le observaba también, luego, sus miradas bajaron y contemplaron el cuerpo desnudo. Por un momento, no pudieron evitar sonreír y sonrojarse, por más que se conociesen de aquella manera el verse entre ellos en la intimidad no había pasado a ser algo común y corriente, y eso les gustaba.

Comenzaron a tallarse suavemente con las manos, limpiando de la piel del otro las impurezas que habían adquirido en el viaje hasta allí. Se sentían frescos, descansados, como si el agua que caía ahora sobre ellos los arrullase llevándolos por un camino que ambos conocían y deseaban. La suciedad caía con cada pequeña oleada que fluía por su piel espumosa por el jabón, y el cuerpo masajeado se estremecía ante la sensación de calidez y controlada ansiedad.
Los cuerpos comenzaron a unirse, lentamente, el jabón solo era un lazo más para que ambos sintieran mejor la figura y textura del otro; primero el rostro, luego el pecho, poco a poco sus manos buscaban, delicadamente, lugares mas intimos.
El primer beso no se hizo esperar y atrajo sus cuerpos en un dulce abrazo. El agua se deslizaba desde sus cabezas, acariciándoles el rostro y colándose en la comisura de los labios como lo aría el fluir de una cascada entre las erosionadas rocas. Sedientos, comenzaron a beber el uno del otro en sabrosos intentos por devorarse. Él bebía del manantial de sus pechos y sorbía placenteramente de la fina fuente que bajaba por su cuello con dulces besos. Ella, subía sus tersos muslos a su cintura y jalaba tiernamente sus cabellos. Ya no se abrazaban solo con las manos, el cuerpo entero jugaba un papel importante: piernas y pies se habían unido al creciente juego de caricias que se intensificaba segundo a segundo, agregando mayor deseo y placer.
Pronto el agua no los refrescaba ya más. El calor que exhalaban sus cuerpos carcomía el agua que sobre ellos se deslizaba, las pequeñas gotas que apenas y podían llegar al suelo se evaporaban y ascendían para unirse a la tibia neblina que se había formado a su alrededor.
No podían resistir más. Sus cuerpos clamaban por un lugar con mas espacio, un lugar donde poseer al otro con mayor libertad, un lugar donde exprimirse, donde acabar y explotar para después terminar en inerte reposo.
A tropiezos y resbalones llegaron a la recámara (fue un verdadero milagro que no cayeran al suelo antes), sin despegarse, sin separar sus labios el uno del otro y con el vapor aún envolviendo sus húmedos cuerpos como una túnica de amor que los cubría en su desnudez ante los ojos de la única araña que los veía desde una oscura esquina en el techo.
La depositó en el colchón, sin lastimarla, y la cubrió cálidamente con su cuerpo. Se unieron totalmente en un gemido de exquisita complacencia que resonó en la habitación. Ambos sonrieron maliciosamente mientras sus bocas abiertas exhalaban su tibio aliento y sus desgarradores gemidos por igual.
La ternura brincaba fácilmente a lo "pecaminoso" y viceversa en su relación, eso ambos lo sabían y lo aceptaban encantados. Claro que la palabra "pecaminoso" era mero juego fetichista para ellos, mas que eso una palabra como "celestial" expresaba mejor lo que sentían en aquellos momentos de lujuria y desenfrenado amor. No podían entender cómo de pequeños les enseñaban que algo tan hermoso como hacer el amor tenía por que estar prohibido.
El sol había pasado ya de lo mas alto y bajaba lentamente. El calor estaba en su punto máximo. La ciudad sentía morir a cada hora, a cada minuto se veía hundir más en el infierno, a cada segundo sus habitantes rezaban que el ocaso llegase y les brindara la vida que el maldito día les había arrebatado, y en el lugar mas caliente de todos, el amor moría y renacía sin cesar...
Si cualquier otra persona hubiese entrado en aquella habitación, se hubiera desmayado; no ante el lascivo espectáculo que allí se llevaba a cabo, sino por que en cuanto hubiese abierto la puerta su mente lo abandonaría y lo dejaría con la realidad de haberse asomado al cráter de un volcán en erupción.
Tan delicados y salvajes, con cada bombeo los acelerados corazones lanzaba un torrente de sangre hirviendo que enloquecídamente recorría sus venas, avivando su cuerpo, alimentando sus sexos.
Los cabellos relucían acuosos ante la luz ámbar que cedían las cortinas. Manos ansiosas comían placenteramente la carne ya lubricada; dedos voraces hacían estremecer las partes mas intimas, las zonas mas bajas y suculentas; muslos suaves y tersos aprisionaban juguetonamente desquiciadas nalgas que se movían llevando un suculento baile de caderas.
La función del colchón había pasado a ser la de una simple esponja, esponja que absorbía sin dar cuartel la lluvia de vapor que corría por sus hilos. Ya no había rastro de agua fresca en aquella piel, ahora en el éxtasis del disfrute era bañada por salados y limpios ríos de néctar. La necesidad de amor no tenía limites...

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Aquel día en que los cines terminaron como enormes y hediondos hornos debido a la mezcla de olores humanos habían descargado en sus salas, en que los bagabundos asaltaron y mataron a un niño por el pecado de no querer ofrecerles de su botella de agua, en que el despiadado astro se llevó sutilmente la vida de los infelices que, seducidos por el cansancio, cayeron en el sopor de un sueño del cual ya no pudieron despertar. Y en que los vivos y agradecidos pobladores salieron a bailar y festejar desafiantes su vacía victoria frente a los últimos rayos de un sol que jamas querrían ver de nuevo iluminar sus vidas...

...En ese día, una joven dormía plácidamente en el regazo de su amado. Él, quitaba delicadamente los largos y húmedos cabellos que cubrían el rostro de ella, para que el frescor del viento nocturno que comenzaba a soplar por la ventana pudiese llegar a su piel... Sus brazos la protegerían si éste ladrón invisible que se colaba por la ventana, amenazando con robar el polvo y las telarañas, llegase a perturbar también su encantador descanso. Y sabiendo esto, se dejó llevar también por el cansancio, no sin antes agradecer, ese pedazo de paraiso.

jueves, 16 de abril de 2009

Insensible (futurista)

¡Crash!
El sonido del cristal asiéndose añicos retumbó por las paredes de la estancia haciendo un eco agudo y estridente el cual le erizó la piel.
-¡Rayos! -susurró, mientras su mente se estremecía al pensar en lo que le diría su padre si llegaba a en ese momento.
Había preparado la comida, limpiado la sala de estar, aspirado la alfombra y pulido las paredes del gran monitor que se abría sobre la pequeña mesa de la sala. Todo estaba listo, bueno, casi todo... Con excepción de esa estúpida lámpara que le pidió que arreglara.

La maldita bombilla había estallado esa misma mañana y su padre le había pedido que la remplazara, entre otras tareas, para la importante junta que se llevaría a cabo esa noche en su casa. Bajó de la silla en la que estaba parado y miró preocupado los pequeños pedazos de lo que antes era la última bombilla de plasma que quedaba en la casa. Volteó a ver el reloj digital que tenia forma de águila en vuelo, al verla, un haz de luz reflejado desde la lámpara del pasillo lo cegó por un instante, entrecerró los ojos y logro ver los blancos números sobre el recuadro negro que tenia en el centro.
El reloj marcaba las nueve treinta y cinco de la tarde, tenia exactamente veinticinco minutos para salir, comprar una bombilla nueva en la tienda "Raichi`s" a cinco calles de allí y volver para poner la mesa. descolgó la gabardina de cuero del perchero a un lado de él y salió a las oscuras calles de la ciudad.
Era una fría noche de noviembre, aunque eso no era de extrañarse, siempre era así; noches frías, días calientes todo desde que los agujeros del pacifico se habían hecho más grandes y la capa de ozono no pudo soportar mas los gases que liberábamos con nuestras fabricas y automóviles. Su paso se aceleró por un momento y diciéndose para sus adentros pensó: -¿Pero que digo? ¿Nosotros? ¿Por que me incluyo como parte del problema? después de todo eso pasó varios años atrás, incluso antes de que yo naciera, todo esto lo se solo gracias a que mi padre me ha instruido en nuestra historia y a los documentales que he visto acerca de ello. Todos esos documentales... tanto caos...
Su mente divago por el camino ante el recuerdo de esas imágenes, aquellas que le habían enseñado todo lo que el hombre había avanzado, lo que había logrado en la tecnología y la ciencia, como había llegado hasta lo que era ahora.
-Que gran avance. -dijo con un tono de sarcasmo y escupió antes de entrar a la tienda de electrónica "Raichi`s".
Se puso ante el mostrador y pidió una bombilla de plasma solar Nº 5.
-Creo que ya no tenemos muchas de esas, ya están obsoletas. -Le contesto un hombre de aspecto joven al otro lado del mostrador –pero echaré un vistazo a la bodega si quiere.
-Por favor.
Gabriel espero dándose la vuelta y echó un vistazo a su alrededor: en el lugar no había mas que aparatos electrónicos; estantes repletos con piezas metálicas de diferentes formas y tamaños las cuales estaban adornadas a su vez con una maraña de alambres conectados por aquí y por allá; su mirada reposo entonces en la enorme pantalla plana de cuatro dimensiones, era de la mejor calidad e incluso podía provocar los aromas de las cosas que en ella aparecían, era una preciosa obra de ingeniería.
Gabriel no contuvo su impulso por encenderla y presionó el botón rojo en su centro. La pantalla se iluminó rápidamente mostrando ante sus ojos un programa de discusiones entre dos personajes de edad avanzada, se recargó en el mostrador y escuchó.
Desde un principio supo de que se trataba, los dos personajes que en la pantalla aparecían comenzaron a hablar de uno de los asuntos mas polémicos en esos tiempos: el trato de los androides o como uno de ellos los llamaba: "los esclavos del futuro". La discusión hablaba de los pro y los contra de estas invenciones, así, mientras uno decía que eran herramientas de gran ayuda para el hombre, el otro le respondía de la incompetencia que estamos logrando con ello: en resumen, de cómo dejábamos que las maquinas tomaran el control de nuestras vidas.
-¡Pero no! ¿¡Que estas diciendo!?, ¿Que no ves que nosotros somos sus creadores? ¡Son el fruto de nuestra genialidad!- decía un hombre de aspecto robusto y espesa barba gris.
-Te repito amigo mío que estos seres cada vez se parecen mas a las personas reales, ¡lo único que les falta es que sientan o piensen por si mismos!- le respondía el mayor, cubierto de arrugas de la edad y acomodándose el sombrero caqui que cubría los pocos cabellos blancos que le quedaban.
La discusión tenía material para seguir por varias horas.
¡Tiempo!
Volteó entonces y su cuerpo se relajó cómodamente al observar al encargado de la tienda con la bombilla que le había pedido hace cinco minutos en sus manos, le pagó lo debido y salio de la tienda no sin antes agradecerle.
Dio vuelta a la derecha en la novena avenida, sus pasos resonaban contra la dura aleación de cemento y roca que eran las calles y baldosas de aquella ciudad. Intentó distraerse de los pensamientos que atacaban de nuevo su mente como molestos insectos revoloteando siempre en el mismo lugar. Levantó la cabeza hacia el oscuro cielo, escudriñándolo con sus curiosos ojos negros en busca de alguna estrella.
-Nada- dijo sin emoción alguna en el rostro -como siempre, nada.
La extraña sensación que sentía era solo opacada por el pequeño trozo de cielo nocturno que alcanzaba a ver, ninguna estrella lograba iluminarlo a través del duro techo de poliuretano que se alzaba a mas de quinientos metros a manera de cúpula sobre toda la ciudad. a su alrededor los enormes edificios repletos con departamentos se alzaban como las monstruosidades de acero que en realidad eran y la luz que de ellos se desprendía impedía aun mas la posibilidad de ver algún astro sobre el cielo.
-Tontos. que tan tontos hemos sido, que en nuestro afán de lograr llegar a las estrellas perdamos el preciado y libre privilegio de contemplarlas. Idiotas.
Algo rodó bajo su pie, de repente perdió el equilibrio, sintió como su cuerpo caía sin control alguno mas que el de aquella fuerza invisible que lo jalaba hacia abajo y lo hacia chocar contra el duro suelo de asfalto.
¡PAM!
Su cuerpo azotó fuertemente contra el pavimento de una manera tan rápida que ni siquiera pudo poner los brazos frente a el para protegerse, pero ocurría algo extraño, no sintió dolor alguno, solo la sensación de estar sobre una superficie lisa y fría fue lo que percibió por su tacto. permaneció tirado unos segundos más meditando sobre el extraño fenómeno mientras su mejilla izquierda absorbía poco a poco el frió del suelo. Se levanto lentamente con la ayuda de sus brazos y se sacudió del traje la poca mugre que había obtenido.
-Que suerte que traje la gabardina- se dijo -amortiguó el golpe de mi caída.
Se reviso con temor el bolsillo donde se había colocado la bombilla y comprobó aliviado que esta no se había roto. De ser así hubiera perdido mas tiempo regresando a comprar otra.
Volteó entonces para ver cual pudo haber sido la causa de su caída.
-A parte de caminar con la vista en alto, idiota -pensó.
Pero al ver aquello su sentimiento de furia cambio drásticamente por una pequeña sonrisa. Un juguete. Una muñeca de ya apagados colores e innumerables raspones había sido la causa de su caída. Antes de poder observar mejor el objeto una puerta del edificio a su derecha se abrió, un pequeño rostro cubierto por algunos mechones rubios asomó por la abertura entre la pared y la puerta, sus pequeños y tiernos ojos azules observaron a la muñeca abandonada en el suelo y rápidamente se posaron sobre él.
-Perdón. -se disculpó con una voz tímida.
-Mami me dijo que entrara y olvidé que había dejado a Lucía fuera de la casa, ya iba a recojerla.
Corrió hacia la pequeña muñeca que yacía maltratada en el suelo, la tomó entre sus pequeñas y blancas manos acariciándole el cabello, le echó una ultima mirada junto con otra disculpa al caballero que se erguía frente a ella y que supuso había sido el autor del ruido que había escuchado antes, se volteó, y corrió de nuevo a su casa desapareciendo por la puerta.
El se dio media vuelta sin decir nada y mientras caminaba solo escucho gritar a la niña desde su casa:
-¡Mala mala mala! ¡mala Lucía! ¡Te he dicho que no hables con extraños! ¿Y que hacías a estas horas de la noche fuera de casa? ¿Que voy a hacer contigo? mala mala mala...
La voz de la pequeña se fue apagando mientras se alejaba de la casa y no pudo evitar soltar una pequeña carcajada. Se alegró de que incluso en aquellos tiempos, aun existiera la voz de un niño a la cual escuchar.
Niños...
Continuó pensando... -si al menos las cosas no se hubieran salido tanto de control, si se hubiese actuado antes. No tendríamos que incubarnos a nosotros mismos en esas asquerosas maquinas a manera de capullo, aunque nos suministren el alimento y las proteínas que necesitamos, aunque se asemejen tanto a un útero materno, aunque esa haya sido la manera en la que la mayoría de las personas nacemos y a sobrevivido nuestra especie. Sigue siendo una manera antinatural de nacer, es decir, ¡mírenos! ¡Haciéndonos pasar por Dios al crear vida, cuando nosotros mismos la destruimos hace varias décadas ya!
Dios... ¡¿que es ahora Dios frente a todas esas babosadas de nuevas religiones que han surgido?! ¡¿A todas esas idioteces de nuevas salvaciones?! ¡¿Que el fin esta cerca (sin contar la proximidad de una nueva guerra claro esta), o de que si te unes a nosotros, a esto y aquello no iras al infierno?! ¡Pero si ya estamos en el infierno, no lo ven!
-Uhh... -suspiró por un momento y acarició la bombilla que permanecía dentro de su bolsa como si fuese la única luz de esperanza que necesitara en ese momento.
-No pienses mas en eso ya llegaste.
Dio una vuelta cerrada sobre si mismo al momento en que observaba como un auto de amplias dimensiones y de color negro azabache doblaba a lo lejos, a dos calles de allí.
-¡Mi padre!
Rebuscó en sus pantalones la tarjeta de acceso y la pasó rápidamente por el lector a un lado de la puerta. El pequeño foco que antes permanecía en rojo fue sustituido por un verde claro y la puerta se abrió. Entró rápidamente a la estancia cerrando la puerta tras de si, y sin siquiera dejar la gabardina en su lugar, corrió hacia la sala, colocó la silla debajo de la lámpara, se subió a ella mientras rebuscaba en su bolsillo, quitó la bombilla que ya no servía y enroscó rápidamente la nueva en el mismo instante en el que escuchaba como se abrían las puertas del coche; el coche encargado de transportar a las importantes personas frente a su casa. Bajó de un salto de la silla, lanzó la gabardina con precisión exacta hacia el perchero, donde ésta permaneció colgada y fue a abrirle la puerta a sus invitados.
Su padre lo había felicitado. no había olvidado ninguno de los encargos que le había dejado y le dio un par de palmadas en la espalda como si hiciera alarde de él frente al trío de invitados que estaban frente a ellos. Todos vestían trajes limpios y elegantes, y sus rostros mostraban una mirada de curiosidad al verlos allí, de pie, mientras ellos degustaban la comida que había preparado momentos antes de salir de la casa.
El que se encontraba al centro del grupo tomo la servilleta de la mesa, se limpio los labios con ella, y dirigiéndose hacia su progenitor dijo:
-Bien, ¿que nos tienes preparado para hoy?
-Si, estamos ansiosos por ver los avances que has echo desde la ultima vez que te visitamos. -dijo el hombre sentado a la derecha.
-Sabemos que nunca nos has decepcionado antes, así que muéstranos ya. -contribuyó el hombre de la izquierda mientras se recargaba aun mas en el sofá.
¿Avances?¿La ultima vez?¿Decepcionado? Esas palabras revolotearon por instantes en la mente de Gabriel intentando descifrarlas; aunque no recordaba la ultima vez que habían tenido visitas de aquellas personas, no se imaginaba el tipo de avance que les mostraría su padre en ese momento.
-Ojala que sea algo bueno -pensó -ojala que sea algo que nos ayude al fin a vivir en paz y que no sea un fiasco como todo aquello en lo que había pensado en el camino. Como todos aquellos inventos "ayuda a la humanidad", ojala que fuese algo realmente bueno. Después de todo, su padre era uno de los científicos mas prestigiados de la nación. Tal vez sea un nuevo juguete, -pensó con repentino impulso infantil - tal vez yo sea el primero en probarlo y fuese una sorpresa por todo mi esfuerzo, tal vez pudiese enseñárselo a la pequeña que vi hace poco.


Antes de continuar con esos bellos pensamientos sintió la mano cálida de su padre sobre su cuello. Su progenitor, su maestro, su protector, aquel que siempre lo había cuidado y protegido, ahora le lanzaba una mirada sin emoción alguna con sus ya veteranos ojos grisáceos.
-Lo siento.
Sintió un pequeño dolor en su nuca el cual le hizo estremecer todo su cuerpo, la luz de la habitación pareció abandonarlo en la gran oscuridad que lo envolvía y se lo tragaba. Ya no sentía dolor, no pensaba en nada, no sentía sufrimiento... y desde un principio, jamás debió haberlo sentido.
Su cuerpo inerte permaneció frente a los asombrados invitados los cuales no dejaron de bañar al anciano con innumerables preguntas.
Después de todo, solo era una maquina.
Era la sorpresa.
Y por desgracia no sería la única.

Glez. Erick

miércoles, 15 de abril de 2009

La suave sabana (romance)


Los dos caminaban a sabiendas de que el tiempo había terminado, seguían platicando disfrazando el disgusto mutuo de que el día acabase tan rápido con una platica mundana referente a la ultima clase. Mientras tanto, la aurora bajaba lentamente como cada atardecer en esa época y los insectos, como reclamando la noche, comenzaban su festejo con sonidos que arrullaban el callejón.
Ambos avanzaban por el camino que siempre tomaban al salir de clases, no era el más corto hasta la parada del autobús pero si el más tranquilo, despojado de el barullo de los autos que acosaban incesantemente a los boulevars de la ciudad.
De pronto la muchacha trastabilló un poco como si hubiese pisado mal y soltó un apagado grito de dolor mientras se inclinaba y levantaba su pie derecho el cual comenzó a frotarse con ambas manos
-¿Estás bien? –preguntó el joven con tono preocupado.
-Creo que me lastimé el tobillo- dijo ella a la vez que intentaba caminar, pero en cuanto apoyó el pie un dolor le recorrió toda la pierna y le hizo soltar un nuevo gemido. Los dos voltearon y vieron la gran grieta en el pavimento que seguro había sido la causante del mal.
El viento soplaba frió y fuerte y con él los arboles se mecían en los jardines que rodeaban la solitaria calle, haciendo que el baile entre las ramas y las hojas a veces se escuchase más como una multitud que como un simple murmullo.
-Ven –dijo él, y agachándose pasó sus brazos por debajo de los muslos y la espalda de ella y la levantó cómo un novio levantara a su novia el día de su boda.
-¡Que haces! ¡No soy una chiquilla! ¡Ya no me duele el pie! (aunque era mentira) ¡Bájame, es vergonzoso! –esos pensamientos se produjeron en la mente de la joven automáticamente, como un arma defensiva que atacaría a cualquiera que se quisiera propasar con ella haciéndose el gracioso o “el caballero”. Pero las ideas se quedaron allí, atrapadas en su mente, enjauladas como bestias por la sonrisa tranquilizadora de quien la había separado del suelo tan fácilmente.
Esa sonrisa le molestaba, y sin embargo le gustaba tanto a la vez. Siempre lo veía sonreír de esa manera. Cuando alguien se enojaba en la escuela, en especial ella, él le sonreía sin burla aparente, como si de esa manera quisiera decir que el motivo del enojo no era nada importante y la mayoría de la gente se apenaba o dejaba su mal humor a un lado frente a esa sonrisa.

Aunque en su caso solo habían sido berrinches, nada en serio, ya que pocas cosas la hacían sentir tan molesta, o tan tranquila (en este caso por ejemplo). Lo que nadie sabía es que hacía esos berrinches precisamente para que él le sonriera de aquella manera.
-Gracias –fue lo único que alcanzó a decir, casi como un murmullo, cuando se dio cuenta de que ya habían avanzado varios pasos de aquella manera.

En sus manos él podía sentir la suavidad de las piernas de la joven y con esa sensación el pensamiento le nublaba la vista del camino y en su lugar aparecía la imagen de esa delicada parte del cuerpo que llevaba en brazos. Los muslos, la clara piel, su calidez y la suavidad que ahora recorrían tímidamente las yemas de sus dedos. La multitud de hojas se frotaba en una orgía fría y húmeda de caricias, elogiando la mezcla entre caballerosidad y de deseosos pensamientos que asomaban por la mente del joven.
-Debo ser un idiota –pensaba por su parte. -¿que estoy haciendo? -Nunca había tenido tanto contacto con ella (físico al menos). Siempre platicaban entre clases y bromeaban. Todos los conocían por llevarse bien juntos como buenos compañeros, pero en el fondo él era muy tímido como para abrazarla o saludarla con un beso en la mejilla como lo haría con una simple amiga. Sencillamente por que no lo era.

La mayoría de las veces cuando no sabía que decirle le sonreía por que sabía que de alguna manera la muchacha seguiría la conversación, sin embargo ya habían pasado dos calles desde que la levantó y ella había mantenido un profundo silencio lo cual le daba cierta sensación de incomodidad.
-Seamos sinceros, casi nunca cierra el pico -Pensaba para distraer su mente de los sentimientos que afloraban por ella cada vez que la tenía tan cerca. Si le hubiera propuesto algo como “deja que te cargue” o le hubiese pedido permiso de alguna otra forma se habría negado rotundamente diciendo algo que la haría ver a autosuficiente como solía pasar.
Ella era así, terca como ninguna cuando a ayuda se refería, y si él no la hubiera cargado de seguro hubiese seguido caminando haciéndose la fuerte y fingiendo que nada había pasado, aunque el dolor le recorriese del tobillo hasta la punta de la nariz.
Un hálito frío y húmedo les llegó suavemente de frente anunciando una posible lluvia. Ella lo usó de pretexto y le pasó sus brazos por el cuello. Sin pensarlo siquiera apoyó su cabeza entre el pecho y el mentón de él, y entrecerró los ojos. No quería hablar, se había dado cuenta de que los brazos de aquel chico que en el fondo la intimidaba con su seriedad eran el lugar más cálido en el que había estado nunca y no quería arruinar esa sensación con una estúpida platica. Dejó que el latir del corazón que ahora escuchaba la arrullase y una sensación de calor la invadió lentamente desde el oído hasta el tobillo que, misteriosamente, ya se sentía mejor.
Él se asustó con esta reacción, pero luego se relajó y un suspiro de alivio escapo entre sus labios que formaron una nueva sonrisa, esta vez, de gozo. Sentía la calidez de ella como una manta sobre su pecho, mas parecida al humo que el fuego exhala y lo envuelve todo a su alrededor y cuyo aroma era dulce y embriagador.
Él entrecerró los ojos también dejándose tragar por ese mundo que lo llamaba y dejó que sus piernas, como comprendiendo ese sentimiento, siguieran instintivamente hacia adelante para no molestarlo. Poco a poco su mente se perdió suavemente en compañía de la chica que llevaba en brazos. Sus rostros nunca habían estado tan cerca, sus respiraciones se volvieron una y el mismo y cálido aire recorría el pecho de ambos formando así, un pequeño pero fuerte capullo que el frío de la noche no pudo atravezar.

Fue entonces cuando ambos no sintieron diferente a estar recostados bajo una suave sabana, el uno abrazado del otro.
¡Cuantas veces no se habían imaginado así! ¡Cuantas veces en el divagar de sus mentes sus cuerpos habían deseado el calor del otro! Pero uno por timidez, y la otra por miedo, más la suma mutua de creer que solo había amistad se los había impedido...

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Los faros con su tenue luz bañaban de vez en cuando una silueta curiosa que avanzaba entre la oscuridad de la nueva noche... en el suelo, un par de huellas quedaban impresas en las primeras hojas que caían para honrar el comienzo del otoño...
Después, entre ciertas calles, una cuadra antes de llegar a la parada del autobús, los faros no iluminaron nada más y las hojas, intactas, bailaron suavemente con el viento que juguetonamente las llevaba.
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Los primeros rayos del sol se filtraron sobre los arboles del espacioso jardín. Ése, el mas grande de la calle, era custodiado por cuatro gigantes que vigilantes, miraban hacia cada uno de los puntos cardinales. Tres de ellos eran viejos y maduros perales que dejaban ver entre hojas tiernas y amarillentas sus regordetas frutas, tan buenas y jugosas como las que pintan en cuadros los practicantes de arte. El cuarto, que se situaba al fondo, pegado a la antigua casa, era un bello algodonero de hojas aún verdes en cuya base una gran montaña de hojas se había reunido, seguramente recogidas por el viento de la pasada noche.
Era una fresca mañana y la calidez del sol acariciaba todo en la ciudad con cada roce de sus delicados rayos.
Abrió sus ojos. Sobre él, pequeñas luces danzaban formando figuras y pintando de color el pequeño refugio que era la camisa de vestir sobre sus cabezas. Ella le hacía compañía, recostada sobre su pecho. Su rostro, tierno y tranquilo, inspiraba dulzura e inocencia, él no pudo evitar nada mas que sonreír y quedarse en contemplación de aquella bella imagen. La calidez de las hojas sobre sus cuerpos les cubría desde los pies hasta la cintura cual acogedor manto, y de la cintura hacia arriba las raíces del noble árbol los rodeaban en un abrazo protector.
Pasaron unos minutos y ella abrió sus dulces ojos, lo miró y le sonrió con su mente aun en sueños.
-Hola.
-Hola -respondió ella en un susurro.
-¿Ya no te duele el tobillo?
-No -y le dio un beso en la mejilla, rozando levemente la comisura de sus labios con los de él. Después, volvió a quedarse dormida con la intachable sonrisa aún en su rostro y él veló su sueño un poco más.
En lo ultimo que podría pensar era en la escusa que le darían a sus padres por no haber llegado la noche anterior, y por supuesto no le pasó por la mente, aún no, el momento era demasiado bello como para que pensamientos sin importancia lo arruinaran.
Una suave brisa, cálida, agitó levemente la camisa sobre ellos haciendo que el aroma del jardín atravezara la tela y se mezclara con el perfume que sus cuerpos habían cultivado esa noche. Ambos respiraron esa nueva esencia, y como embriagados por ella volvieron a soñar juntos.
~~~Glez Erick~~~