miércoles, 15 de abril de 2009

La suave sabana (romance)


Los dos caminaban a sabiendas de que el tiempo había terminado, seguían platicando disfrazando el disgusto mutuo de que el día acabase tan rápido con una platica mundana referente a la ultima clase. Mientras tanto, la aurora bajaba lentamente como cada atardecer en esa época y los insectos, como reclamando la noche, comenzaban su festejo con sonidos que arrullaban el callejón.
Ambos avanzaban por el camino que siempre tomaban al salir de clases, no era el más corto hasta la parada del autobús pero si el más tranquilo, despojado de el barullo de los autos que acosaban incesantemente a los boulevars de la ciudad.
De pronto la muchacha trastabilló un poco como si hubiese pisado mal y soltó un apagado grito de dolor mientras se inclinaba y levantaba su pie derecho el cual comenzó a frotarse con ambas manos
-¿Estás bien? –preguntó el joven con tono preocupado.
-Creo que me lastimé el tobillo- dijo ella a la vez que intentaba caminar, pero en cuanto apoyó el pie un dolor le recorrió toda la pierna y le hizo soltar un nuevo gemido. Los dos voltearon y vieron la gran grieta en el pavimento que seguro había sido la causante del mal.
El viento soplaba frió y fuerte y con él los arboles se mecían en los jardines que rodeaban la solitaria calle, haciendo que el baile entre las ramas y las hojas a veces se escuchase más como una multitud que como un simple murmullo.
-Ven –dijo él, y agachándose pasó sus brazos por debajo de los muslos y la espalda de ella y la levantó cómo un novio levantara a su novia el día de su boda.
-¡Que haces! ¡No soy una chiquilla! ¡Ya no me duele el pie! (aunque era mentira) ¡Bájame, es vergonzoso! –esos pensamientos se produjeron en la mente de la joven automáticamente, como un arma defensiva que atacaría a cualquiera que se quisiera propasar con ella haciéndose el gracioso o “el caballero”. Pero las ideas se quedaron allí, atrapadas en su mente, enjauladas como bestias por la sonrisa tranquilizadora de quien la había separado del suelo tan fácilmente.
Esa sonrisa le molestaba, y sin embargo le gustaba tanto a la vez. Siempre lo veía sonreír de esa manera. Cuando alguien se enojaba en la escuela, en especial ella, él le sonreía sin burla aparente, como si de esa manera quisiera decir que el motivo del enojo no era nada importante y la mayoría de la gente se apenaba o dejaba su mal humor a un lado frente a esa sonrisa.

Aunque en su caso solo habían sido berrinches, nada en serio, ya que pocas cosas la hacían sentir tan molesta, o tan tranquila (en este caso por ejemplo). Lo que nadie sabía es que hacía esos berrinches precisamente para que él le sonriera de aquella manera.
-Gracias –fue lo único que alcanzó a decir, casi como un murmullo, cuando se dio cuenta de que ya habían avanzado varios pasos de aquella manera.

En sus manos él podía sentir la suavidad de las piernas de la joven y con esa sensación el pensamiento le nublaba la vista del camino y en su lugar aparecía la imagen de esa delicada parte del cuerpo que llevaba en brazos. Los muslos, la clara piel, su calidez y la suavidad que ahora recorrían tímidamente las yemas de sus dedos. La multitud de hojas se frotaba en una orgía fría y húmeda de caricias, elogiando la mezcla entre caballerosidad y de deseosos pensamientos que asomaban por la mente del joven.
-Debo ser un idiota –pensaba por su parte. -¿que estoy haciendo? -Nunca había tenido tanto contacto con ella (físico al menos). Siempre platicaban entre clases y bromeaban. Todos los conocían por llevarse bien juntos como buenos compañeros, pero en el fondo él era muy tímido como para abrazarla o saludarla con un beso en la mejilla como lo haría con una simple amiga. Sencillamente por que no lo era.

La mayoría de las veces cuando no sabía que decirle le sonreía por que sabía que de alguna manera la muchacha seguiría la conversación, sin embargo ya habían pasado dos calles desde que la levantó y ella había mantenido un profundo silencio lo cual le daba cierta sensación de incomodidad.
-Seamos sinceros, casi nunca cierra el pico -Pensaba para distraer su mente de los sentimientos que afloraban por ella cada vez que la tenía tan cerca. Si le hubiera propuesto algo como “deja que te cargue” o le hubiese pedido permiso de alguna otra forma se habría negado rotundamente diciendo algo que la haría ver a autosuficiente como solía pasar.
Ella era así, terca como ninguna cuando a ayuda se refería, y si él no la hubiera cargado de seguro hubiese seguido caminando haciéndose la fuerte y fingiendo que nada había pasado, aunque el dolor le recorriese del tobillo hasta la punta de la nariz.
Un hálito frío y húmedo les llegó suavemente de frente anunciando una posible lluvia. Ella lo usó de pretexto y le pasó sus brazos por el cuello. Sin pensarlo siquiera apoyó su cabeza entre el pecho y el mentón de él, y entrecerró los ojos. No quería hablar, se había dado cuenta de que los brazos de aquel chico que en el fondo la intimidaba con su seriedad eran el lugar más cálido en el que había estado nunca y no quería arruinar esa sensación con una estúpida platica. Dejó que el latir del corazón que ahora escuchaba la arrullase y una sensación de calor la invadió lentamente desde el oído hasta el tobillo que, misteriosamente, ya se sentía mejor.
Él se asustó con esta reacción, pero luego se relajó y un suspiro de alivio escapo entre sus labios que formaron una nueva sonrisa, esta vez, de gozo. Sentía la calidez de ella como una manta sobre su pecho, mas parecida al humo que el fuego exhala y lo envuelve todo a su alrededor y cuyo aroma era dulce y embriagador.
Él entrecerró los ojos también dejándose tragar por ese mundo que lo llamaba y dejó que sus piernas, como comprendiendo ese sentimiento, siguieran instintivamente hacia adelante para no molestarlo. Poco a poco su mente se perdió suavemente en compañía de la chica que llevaba en brazos. Sus rostros nunca habían estado tan cerca, sus respiraciones se volvieron una y el mismo y cálido aire recorría el pecho de ambos formando así, un pequeño pero fuerte capullo que el frío de la noche no pudo atravezar.

Fue entonces cuando ambos no sintieron diferente a estar recostados bajo una suave sabana, el uno abrazado del otro.
¡Cuantas veces no se habían imaginado así! ¡Cuantas veces en el divagar de sus mentes sus cuerpos habían deseado el calor del otro! Pero uno por timidez, y la otra por miedo, más la suma mutua de creer que solo había amistad se los había impedido...

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Los faros con su tenue luz bañaban de vez en cuando una silueta curiosa que avanzaba entre la oscuridad de la nueva noche... en el suelo, un par de huellas quedaban impresas en las primeras hojas que caían para honrar el comienzo del otoño...
Después, entre ciertas calles, una cuadra antes de llegar a la parada del autobús, los faros no iluminaron nada más y las hojas, intactas, bailaron suavemente con el viento que juguetonamente las llevaba.
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Los primeros rayos del sol se filtraron sobre los arboles del espacioso jardín. Ése, el mas grande de la calle, era custodiado por cuatro gigantes que vigilantes, miraban hacia cada uno de los puntos cardinales. Tres de ellos eran viejos y maduros perales que dejaban ver entre hojas tiernas y amarillentas sus regordetas frutas, tan buenas y jugosas como las que pintan en cuadros los practicantes de arte. El cuarto, que se situaba al fondo, pegado a la antigua casa, era un bello algodonero de hojas aún verdes en cuya base una gran montaña de hojas se había reunido, seguramente recogidas por el viento de la pasada noche.
Era una fresca mañana y la calidez del sol acariciaba todo en la ciudad con cada roce de sus delicados rayos.
Abrió sus ojos. Sobre él, pequeñas luces danzaban formando figuras y pintando de color el pequeño refugio que era la camisa de vestir sobre sus cabezas. Ella le hacía compañía, recostada sobre su pecho. Su rostro, tierno y tranquilo, inspiraba dulzura e inocencia, él no pudo evitar nada mas que sonreír y quedarse en contemplación de aquella bella imagen. La calidez de las hojas sobre sus cuerpos les cubría desde los pies hasta la cintura cual acogedor manto, y de la cintura hacia arriba las raíces del noble árbol los rodeaban en un abrazo protector.
Pasaron unos minutos y ella abrió sus dulces ojos, lo miró y le sonrió con su mente aun en sueños.
-Hola.
-Hola -respondió ella en un susurro.
-¿Ya no te duele el tobillo?
-No -y le dio un beso en la mejilla, rozando levemente la comisura de sus labios con los de él. Después, volvió a quedarse dormida con la intachable sonrisa aún en su rostro y él veló su sueño un poco más.
En lo ultimo que podría pensar era en la escusa que le darían a sus padres por no haber llegado la noche anterior, y por supuesto no le pasó por la mente, aún no, el momento era demasiado bello como para que pensamientos sin importancia lo arruinaran.
Una suave brisa, cálida, agitó levemente la camisa sobre ellos haciendo que el aroma del jardín atravezara la tela y se mezclara con el perfume que sus cuerpos habían cultivado esa noche. Ambos respiraron esa nueva esencia, y como embriagados por ella volvieron a soñar juntos.
~~~Glez Erick~~~

3 comentarios:

  1. hha! escribe, escribe... ya me dejaste extasiada ... eres encantador noble caballero... esas palabras me recuerdan a escenas ... hha !! que esperas escribe mas y mas hasta que la historia llegue a un final!
    IXA... <3

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  2. MUY LINDO BEBE ME RECUERDA A CUANDO SALIAMOS DE LA ESCUELA RUMBO A CASA TOMADOS DE LA MANO Y MIRANDO HACIA EL HORIZONTE ME RECUERDA COMO SOÑABAMOS Y HABLABAMOS(BUENO YO HABLABA Y TE PEDIA BESITOS)REIAMOS Y CANTABAMOS, Y COMO NOS GUSTABA ESE ARBOL DE ALGODON CUANTAS COSAS HERMOSAS PASAMOS JUNTOS CUANTAS TARDES INOLVIDABLES Y NOCHES SATURADAS DE MAGIA PUDE SENTIR A TU LADO ERES UN GRAN ESCRITOR BEBE!!
    ME DA MUCHO GUSTO PODER LEER ESTO Y DARME CUENTA QUE TU SUEÑO SIGUE EN PIE TE AMA BEBITA :D

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  3. Me encanta eres un gran escritor, esta historia (específicamente ésta), me envolvió, gracias por tus historias que me hacen pensar, y hacen que mi cuerpo comience a vibrar.

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